¡Al fin!. Había conseguido empezar la peregrinación tan ansiada, había descubierto antiguos escritos que llevaban al santuario donde se alcanzaban, segun los documentos, gracias tan especiales que uno casi podía tocar el cielo. Un lugar que te cambiaba la vida. En mi mochila todas mis seguridades: mi móvil, mi brújula, mis latas de comida, cerillas, calcetines de repuesto, aspirinas, todo mi ego y, los que yo creía, mis méritos. Había encontrado “el camino”. O eso creía yo. Y sería la descubridora de aquel antiguo santuario. Iba sola, pues creía que era un camino que tenía que hacer sola, quién iba a querer acompañarme en estos tiempos de descreimiento. Además, no quería que nadie me robase el mérito de ser la primera en descubrir aquel santo lugar del que ni siquiera sabía el nombre. Los primeros días todo parecía ir razonablemente bien. Mi saco de dormir me daba el calor suficiente y el cansancio no parecia hacer mella en mí… pero, cuando ya estaba muy cerca de lo que yo creía que
Tienes motivo para estar orgullosa de ella: razona mejor y demuestra más sentido común que algunas personas que conozco y que le doblan en edad. ;-)
ResponderEliminarMe ha encantado. Da gusto conocer jóvenes con las ideas tan claras. Sin embargo, no he podido comentar porque sólo admite blogger y algunos más. Puede cambiar las opciones de comentarios. Un saludo.
ResponderEliminar"Sí, ya estamos en el futuro. Sí, ya hacemos “hijos a la carta”. Sí, sólo queremos seres humanos perfectos. Esta enfermedad se llama eugenesia y nos invadió hace más de un siglo. Enhorabuena por tu artículo. Más claro, el agua".
ResponderEliminarEsta mañana he intentado dejar un comentario en Rosa de Cristal, pero por alguna razón no he podido acceder. Lo dejo aquí.